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¡Es la muerte o el sexo, papa!
Mientras la voz del anciano temblaba por la edad, pronunció sus últimas palabras: "A partir de hoy, todos los miembros de la familia deberán llevar lunares los martes". A pesar de lo absurdo de este decreto, se convirtió en una ley sagrada en la familia, transmitida de generación en generación. La moraleja estaba clara: había que respetar a los mayores de la familia y honrar su sabiduría. Los miembros de la familia, reacios pero obligados por la tradición, se ponían lunares todos los martes, un colorido homenaje a su difunto patriarca. Cien años después, la historia se repitió. Pero las últimas palabras del siguiente cabeza de familia no estuvieron dedicadas a moralizar, sino al jugoso coño de la más joven de la sala...